El Templo en la tradición de Enoc (notas)


El primer libro de Enoc fue escrito en un período de tiempo que va desde el siglo II a.c. al siglo I d.c. y nos decribe desde el inicio las visiones celestiales del protagonista: Esta es la santa visión de los cielos que los ángeles me han mostrado (1,2). En el relato a Enoc se le revela la inmensidad de la tierra y la historia humana junto con un viaje por las esferas celestiales. Las referencias al Templo no sólo se presentan cuando Enoc sube a los cielos para contemplar los palacios y el trono de Dios, también, aunque de manera indirecta, se presentan en muchas de las visiones terrenales. En un punto, por ejemplo, Enoc es llevado a una región con siete montañas hecha de piedras preciosas, y llena de árboles fragantes. La séptima montaña, la más alta de todas, estaba en medio y de todos los árboles aromáticos que la rodeaban destacaba uno (1Enoc 24,1-6). El ángel Miguel le explica, esta montaña alta que has visto y cuya cima es como el trono de Dios, es su trono, donde se sentará el Gran Santo, el Señor de Gloria, el Rey Eterno, cuando descienda a visitar la tierra con bondad. No se permite que ningún ser de carne toque este árbol aromático, hasta el gran juicio cuando Él se vengará de todo y llevará todas las cosas a su consumación para siempre, pero entonces será dado a los justos y a los humildes. Su fruto servirá como alimento a los elegidos y será transplantado al lugar santo, al templo del Señor, el Rey Eterno. Entonces ellos se regocijarán y estarán alegres; entrarán en el lugar santo y la fragancia penetrará sus huesos; y ellos vivirán una larga vida, tal y como la que sus antepasados vivieron. En sus días no los tocará ningún sufrimiento ni plaga ni tormento ni calamidad. Entonces bendije al Dios de la Gloria, al Rey Eterno, porque había preparado tales cosas para los humanos, para los justos. Estas cosas Él las ha creado y ha prometido dárselas (25,3-7). Esta clara referencia al Templo celestial, el cual el de Jerusalén ha de ser una copia, tiene como fondo las constantes aluciones al paraíso representado por los aromáticos, fértiles y frondosos árboles. Otro elemento que nos remite al Templo en 1Enoc es la referencia a las tablas que el ángel Uriel le muestra al héroe en los cielos. En estas tablas está escrito todas las acciones de la humanidad y de los hijos de la carne en la tierra por todas las generaciones del mundo (81,1-3). Estas tablas son un punto de comunicación entre la voluntad de Dios y las realidades terrestres, y es muy probable que se manifestacen desde lo más íntimo de la divinidad en el Santo de los Santos donde supuestamente el Rey o un profeta tenía que leerlo una vez al año.
El segundo libro de Enoc procede de finales del siglo I. En este libro las referencias al Templo son más explícitas. El héroe es llevado al tercer cielo donde contempla el paraíso, con sus árboles frutales fértiles y aromáticos, con sus fuentes de agua viva . En medio observa al árbol de la vida donde el Señor descanza cuando va al paraíso (8). Toda esta representación del paraíso nos lleva al Templo que se funda también sobre los manantiales de agua viva y que es rodeado de una vegetación que evoca el tiempo primordial. Luego Enoc contempla la figura de Dios en lo que podríamos analogar como el Santo de los Santos, y dice, yo vi el rostro del Señor como acero ardiente...entonces vi el rostro del Señor...y el Trono del Señor de suprema grandeza (2Enoc 22). En el mismo capítulo Enoc es ungido y vestido con ropas de mi gloria. Cuando el héroe se vé a sí mismo reflexiona, yo llegué a ser como uno de los gloriosos. Esta transformación no sólo coincide con la de un ser angelical, sino también con la del sumo sacerdote de acuerdo a los ritos presentes en el Templo (Ex 28-29; Lev 16; y Ez 44,17-19).

El Tercer libro de Enoc es mucho más tardío, datándose hacia el siglo V-VI d.c. En este texto encontramos vivos retratos del Templo celestial y de Metratrón, como figura celestial del transfigurado Enoc, que conduce a Rabí Ismael en sus visiones sobre el Trono de Dios con sus ángeles, querubines y serafines. Rabí Ismael describe que los ángeles de misericordia están de pie a su derecha, y los ángeles de paz a su izquierda. Un escriba se encuentra detrás de Él, y otro delante. Serafines gloriosos rodean el Trono por sus cuatro costados como murallas de luz (33,1-3). Finalmente Rabí Ismael se refiere a una visión del Trono de Dios con el Velo: Metatrón me dijo, Ven y te mostraré la cortina del Omnipresente, que está delante del Santo, sea glorificado, y donde está impreso las acciones de todas las generaciones del mundo (3Enoc, 45,1). De nuevo esto nos habla que el velo en el templo de Jerusalén era una copia del modelo celestial, el cual velaba a Dios en su Trono del resto de los seres celestiales.

Estas notas sobre la tradición de Enoc y el Templo celestial nos muestra hasta qué punto estaban vigentes en el tiempo de Jesús las especulaciones místicas en relación al templo de Jerusalén. Este era una copia del celestial, y como tal tenía que conservarse de manera más pura posible para poder cumplir así su rol.

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