La idea paulina de los dos adanes en el contexto rabínico



Lo que Pablo hace en 1cor 15, 35-49 es responder a la comunidad acerca de la naturaleza del cuerpo resucitado. Uno de los elementos a considerar es una interpretación de Gn 2,7. Este versículo toma en cuenta tres cuestiones: primero, Dios formó al hombre (ha-adam) del polvo de la tierra; segundo, y él sopló en su nariz (LXX: rostro) el aliento de vida; tercero, y el hombre llegó a ser un alma viviente (o ser vivo). Ahora bien, esta “alma viviente”, según algunas interpretaciones, no era exclusiva del hombre. Efectivamente, si queremos armonizar Gn 2,7 con Gn 1,24-27 debemos asumir que las “almas vivientes” “o seres vivos” de Gn 2,7 tiene el mismo significado que en Gn1,24, esto es, la cualidad de estar vivos, lo que comparte el hombre y los animales. Ahora bien, lo que distingue al hombre de los animales es el poseer un espíritu que aspira, y de hecho puede, transformase en algo superior, un ser celestial. Precisamente lo que Pablo enfatiza a lo largo de 1Cor 15. Esta idea no es exclusiva del apóstol. Leemos en un midrás tanaítico: “Rabí Simaí solía decir: Las almas y los cuerpos de todas las criaturas que fueron creadas del cielo son celestiales, y las almas y los cuerpos de todas las criaturas que fueron creadas de la tierra con terrestres, excepto el hombre: su alma es celestial mientras que su cuerpo es terrestre. Por lo tanto, si él guarda los mandamientos de la Ley y cumple la voluntad de su Padre en el cielo, él es como las criaturas de arriba, como está escrito: “Yo he dicho: Vosotros sois dioses del Altísimo, todos vosotros” (Salm 82,6); si él no cumple los mandamientos de la Ley y no hace la voluntad de su Padre en los cielos, él es como las criaturas de abajo, como está escrito: “De hecho tu mueres como hombres (Salm 82,7)” (Sipre Deut. 306. Ed. Finkelstein, 340ss). Estas ideas son muy similares a las que Pablo señala en 1Cor 15. Pablo también comienza señalando la distinción entre “alma viviente” y “espíritu”.El primero es inferior al segundo. Todos los animales, como el hombre, tienen carne, son hechos como almas vivientes. Los seres espirituales, por el contrario, tienen un cuerpo de otra naturaleza, son “espirituales”, o “del cielo” o “celestiales”. En 1Cor 15,40 dice: “Y cuerpos hay celestiales, y cuerpos terrestres; mas ciertamente una es la gloria de los celestiales, y otra la de los terrestres”. Pero Pablo, al igual que en el midrás visto, va más allá. Su argumento irá en el sentido que el creyente adoptará un cuerpo espiritual superior, similar al cuerpo de los seres celestiales, dejando atrás su cuerpo terreno. Lo mismo que en el midrás se habla de aquellos que son fieles a la Ley y a la voluntad del Padre son como las creaturas “de arriba”.

En otro texto, un piyyut de Yose ben Yose, probablemente del siglo V, nos encontramos con la misma problemática paulina pero ahora aplicada a la teoría de los dos adanes. El texto dice: “Si él obedece mis palabras, él será como Dios, pero si él desobedece mis mandamientos, yo le devolveré a la tierra”. Otro texto, el Sipre y el Piyyut, citado en Teofilo de Antioquía, dice: “Entonces, ni inmortal ni mortal Dios le creo (al ser humano), sino más bien…si él se inclina a las cosas inmortales guardando los mandamientos de Dios, el podrá recibir de parte de Dios como recompensa la inmortalidad y llegará a ser como Dios; pero si, por otra parte, él se dirige a las cosas de la tierra, desobedeciendo a Dios, él podrá causarse la muerte a sí mismo…porque el ser humano, desobedeciendo, acarrea la muerte a sí mismo; pero obedeciendo la voluntad de Dios, puede procurarse la vida eterna. Porque Dios nos ha dado la Ley y los mandamientos santos, y cada uno que los guarda puede ser salvado, y obteniendo la resurrección, puede heredar lo imperecedero (Ad Autolycum 2.27).En otras palabras, la suerte del justo está en su transformación en ángeles o en seres celestiales. La misma idea que se atestigua una y otra vez en la literatura intertestamentaria. Esto es el significado de la resurrección, y es, de hecho el argumento paulino de 1Cor 15. Ahora bien, esta transformación implica no sólo una transformación angelical, sino que también un volver a los orígenes. El hombre recobra la imagen perdida en el Edén, tal como lo atestigua entre tantos otros textos el 1Enoc 25,5. El segundo Adán no es otro sino el hombre justo, transformado o resucitado. Lo que hace Pablo, fruto de sus experiencias visionarias, es predicar sobre este segundo Adán en términos exclusivamente cristológicos. El segundo Adán no es ya todo hombre justo que ha adquirido un cuerpo glorioso o celestial. El segundo Adán es antes que nadie, Jesús, quien ha sido exaltado como rey y sumo sacerdote a la derecha del Padre y quien se ha convertido en el dador del Espíritu (1Cor 15,45)(2Cor 3,17) a partir del cual todo recobra nueva vida (1Cor 15,22). La suerte del creyente es reflejar la gloria de Cristo resucitado y esperar su turno para experimentar la misma suerte. Para más detalles: “The New Testament and Rabbinic Literature”, R. Bieringur, F. García Martínez, D. Pollefeyt, P.J. Tomson (Eds), Brill, 2010,p.-351-364

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