La invocación del nombre divino en la Cábala

La importancia del nombre de Dios en la tradición mística judía (y en la cristiana y gnóstica, el nombre de Jesús) está atestiguada desde muy antiguo. Sus raíces las encontramos en numerosos textos veterotestamentarios  y en las teologías que dicen relación al sumo sacerdote. La idea del poder del nombre divino derivaba de que éste concentraba la suprema fuerza divina. De allí que encontremos la invocación a numerosos nombres en textos mágicos. Algo de eso lo encontramos también en el N.T.

En la Cábala el desarrollo del nombre divino adquiere horizontes sorprendentes. Para producir los efectos deseados, se invocaban distintos nombres divinos encontrados en la Ley, o se combinaban las letras de manera de encontrar nuevos nombres. Rabí El´azar comentó Job 28,13 (Ningún mortal conoce su precio) en los siguientes términos: “Los diferentes capítulos de la Torá no han sido dados según su secuencia correcta. Porque si hubieran sido dados en un orden correcto, entonces cualquiera que los leyese podría resucitar a los muertos y hacer milagros. Por eso han sido ocultados el orden correcto y la sucesión precisa de la Torá, y sólo los conoce el Ser Santo, del que está escrito (Is 44,7): ¿Quién como yo puede leerla, anunciarla y ponérmela en orden? (Midrás Tebil-lim, ed. Buber, p.33). En la misma línea leemos de Moisés ben Nahmán hacia el 1200 en su “Comentario a la Torá”: “Poseemos una tradición auténtica según la cual toda la Torá está compuesta por nombres de Dios, y esto ocurre de tal manera que las palabras que leemos pueden distribuirse también de forma totalmente diferente, dando lugar a nombres esotéricos”. El origen remoto de esta idea nos lleva de nuevo al siglo II donde Rabí Meir nos cuenta: “Cuando estudiaba con rabí Aquibá, tenía yo costumbre de echar vitriolo a la tinta, y aquél no hacía nada. Pero cuando me fui con rabí Yisma´el, me preguntó: “Hijo mío, ¿cuál es tu ocupación?” Yo le conteste: “Soy escriba de la Torá”. Me dijo entonces: “Hijo mío, ten cuidado con tu trabajo, porque es un trabajo divino; si omites una sola letra o si escribes una de más, destruyes el mundo entero” (Erubín 13,a). Aunque posterior, las Hejalot Rabbati también nos dicen que el cielo y la tierra fueron creados a través del nombre de Dios.

En la Cábala se dio un paso más entendiéndose la Torá, no sólo como un conjunto de nombres divinos, sino como el único y sublime nombre de Dios. Ezra ben Selomó comentando un pasaje del Midrás Beresit Rabba donde aparece que la palabra luz se menciona cinco veces en el relato de la creación en el primer día, dice: “Cuán amplio es el alcance de las palabras de este sabio, y sus palabras son ciertamente veraces, porque los cinco libros de la Torá son el nombre del Ser santo, alabado sea” (Manuscrito Vaticano, cod. Hebr. 294, folio 34ª).

Esta concepción cabalística del nombre de Dios, íntimamente relacionada con el poder creativo, está en el origen de otra corriente fascinante, la de la creación mágica del Golem…pero eso ya es otro cuento. Para más detalles: Scholem Gershom, La Cábala y su simbolismo, Ed. Siglo XXI, Madrid, p.45-50.

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